En esta ocasión les hacemos llegar, mediante esta sección de entretenimiento tecnológico-cultural, fragmentos de una obra de Umberto Eco relacionada con el teléfono celular, dispositivo que en la actualidad casi llega a ser un apéndice del ser humano.

Colectivo editorial de Tino

Autor: Umberto Eco*

Recientemente, estaba caminando por la acera cuando vi a una mujer que se acercaba a mí. Su rostro estaba pegado a su teléfono celular y no veía por dónde iba. Si yo no me hacía a un lado, chocaríamos. Como soy en secreto una persona malvada, me detuve repentinamente y me di la vuelta. La dama chocó con mi espalda, dejando caer su teléfono. Rápidamente se dio cuenta de que había topado con alguien que no podía haberla visto y que ella debería haber sido quien se apartara. Balbuceó una excusa, mientras yo amablemente le decía que no se preocupara porque estas cosas pasan todo el tiempo en estos días.

Estoy muy consciente de que se ha escrito mucho ya sobre el uso de los teléfonos celulares, así que no hay mucho que yo pueda añadir aquí. Pero si pensamos en ello con claridad por un momento, simplemente es asombroso que casi todos hayamos caído presa del mismo frenesí. Apenas sostenemos ya conversaciones cara a cara; ni reflexionamos sobre los temas apremiantes de la vida y la muerte, o siquiera vemos hacia el campo cuando pasa frente a nuestra ventanilla. En vez de ello, hablamos obsesivamente en nuestros teléfonos celulares, rara vez sobre algo particularmente urgente, mientras malgastamos la vida en un diálogo con alguien a quien ni siquiera podemos ver.

Hoy, estamos viviendo en una era en la cual, por primera vez, la humanidad se las ha ingeniado para realizar uno de los tres deseos perdurables que durante siglos solo la magia pudo satisfacer. El primero es la capacidad de volar; no abordando un avión sino con nuestros propios cuerpos, agitando los brazos. El siguiente es la capacidad de afectar directamente a nuestros enemigos – o nuestros seres queridos – clavando alfileres en muñecos o pronunciando palabras esotéricas. Y el tercero es la capacidad de comunicarnos instantáneamente a grandes distancias. Siempre hemos querido un genio o algún objeto mágico con el poder de transportarnos en un instante de Frosinone a Pamir, de Innisfree a Tombuctú, o de Bagdad a Poughkeepsie. Y ahora lo tenemos.

¿Por qué la gente se ha inclinado tanto hacia las prácticas mágicas a lo largo de los siglos? La prisa. Las promesas mágicas de que se puede saltar instantáneamente de la causa al efecto – del punto A al punto B – a través de una especie de cortocircuito, sin dar ningún paso intermedio. Pronuncio una fórmula y transformo el hierro en oro. Convoco a los ángeles y envío mensajes a través de ellos. La fe en la magia no se desvaneció con el advenimiento de la ciencia. No, nuestro deseo de inmediatez simplemente se transfirió a la tecnología. Si uno presiona un botón en su teléfono celular en Roma, en segundos está hablando con un amigo en Sidney.

Sabemos que la ciencia y la tecnología avanzan lentamente a través de una investigación cuidadosa; y sin embargo queremos una cura para el cáncer en este momento, no mañana. Así que, en vez de esperar por años, ponemos nuestra fe en el doctor-gurú que nos ofrece una poción milagrosa que funciona instantáneamente para curar nuestros males.

La relación entre nuestro entusiasmo por las conveniencias tecnológicas y nuestra inclinación por el pensamiento mágico es muy cercana, y está ligada profundamente a la esperanza religiosa que ponemos en la acción relámpago de los milagros. Durante siglos, los teólogos nos han hablado sobre los misterios, argumentando que son concebibles pero incomprensibles. La fe en los milagros nos muestra lo luminoso, lo sagrado y lo divino, que funciona sin demora.

¿Puede ser que haya una conexión entre quienes prometen una cura instantánea para el cáncer, místicos como el Padre Pío, los teléfonos celulares y la reina malvada en «Blanca Nieves»? En cierto sentido la hay. La mujer al inicio de mi artículo estaba viviendo en un universo de cuento de hadas, encantada por el teléfono celular que llevaba al oído en vez de un espejo mágico.

*Umberto Eco (1932-2016) Semiólogo y escritor italiano. Se doctoró en filosofía en la Universidad de Turín. Su obra ha sido fundamental para entender la historia del siglo XX y de nuestros días. Durante mucho tiempo se dedicó a la enseñanza en la universidad, y sus ensayos son textos de consulta obligada en las universidades de todo el mundo. Hace más de treinta años hizo su entrada triunfal en el mundo de la ficción con El nombre de la rosa, una novela que lo convirtió en un autor apreciado no solo por la crítica, sino también por el gran público.

Referencia Bibliográfica

Eco, U. (2015). El Sol de México. El teléfono celular y la reina malvada. Recuperado de, http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n3827133.htm

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *