Autor: Roberto Fabelo Elisa / roberto.fabelo@jovenclub.cu
The Dreamers
La tarde había sido memorable. El lugar, los colores, la temperatura, el viento, la compañía. Perfecta en todos los sentidos. Ahora el sol se ocultaba en el horizonte, quizás más despacio que nunca, como resistiéndose a dar paso a la noche definitiva.
—¿Ya debes irte? —preguntó la joven sin apenas mover el rostro que mantenía apoyado en el pecho de su acompañante.
—Sí. Ya casi —respondió él mientras le acariciaba la despeinada cabellera impregnada de salitre.
—¿Demorarás mucho esta vez? —Y esperó la respuesta mirándolo a los ojos.
—Solo lo pactado. Un cuarto de ciclo. —Y volvió a besarla con la delicadeza habitual de las despedidas.
—Sabes que no me acostumbro. No sé qué haré cuando… —no tuvo el valor de completar la frase.
—Puedo retrasar la fecha, pero nada más. No puedo evitarlo.
La abrazó fuerte un instante, la besó en la frente y tomando su rostro con ambas manos le dijo con un tono capaz de portar la mayor de las verdades.
—Muy pronto no podré venir. Tendrás que unirte a mí. Sabes que siempre te espero.
—Y sabes que me aterra. Nunca he podido y quizás nunca pueda. Ni siquiera alcanzo a imaginar cómo lo logras. Es demasiado. Para mí es demasiado.
—Ya es hora —dijo él y apresuradamente volvió a besarla antes de dar un paso atrás.
Ella deseaba retenerlo, aunque solo fuera unos segundos, pero sabía cuán inútil era aquel esfuerzo. Se contuvo inmóvil. Ante sus ojos, la figura semidesnuda de su pareja comenzó a desvanecerse progresivamente hasta desaparecer. No era la primera vez que experimentaba su partida, pero no lograba acostumbrarse al vacío posterior que le creaba su ausencia. Y esto era solo una muestra. ¿Qué sería de ella cuando él realmente iniciara su Turno, cuando tardara ciclos enteros en regresar? ¿Podría soportarlo?
Él era un Soñador y aunque todos consideraban un honor ser la pareja de un miembro de tan reducido e importante grupo, quizás ninguno se había detenido a analizar las implicaciones. Durante el próximo cuarto de ciclo él estaría sumido en un estado letárgico en un enclave superprotegido y de acceso ultra limitado en sinapsis con Dédalo y los grandes CCC (Cerebros Cibernéticos Complejos). Juntos modelaban cambios a escala planetaria y universal. Él no podía dar detalles. Solo en ocasiones podía contarle sobre las urbanizaciones diseñadas para otras civilizaciones, las terraformaciones de emergencia en mundos inhóspitos o sobre contaminados, o sobre las nuevas estaciones mineras o de exploración en el espacio profundo. Mas no era a esas misiones a las que temía. Le preocupaba el largo turno que le aguardaba. Una decena de ciclos sumergidos en el análisis de realidades alternativas, algunas aún por venir.
Era allí adonde ella no podía seguirle. Una madeja casi infinita de realidades brotando constantemente de las decisiones adoptadas, plagadas de personalidades virtuales copiadas de la realidad en curso, copias de psiquis, a veces conocidas, y propensas a sufrir todo tipo de finales en las alternativas. ¿Cómo diferenciar al regreso los recuerdos verdaderos de los virtuales? ¿Cómo contemplar tus propias maneras de morir, regresar y no enloquecer? ¿Cómo distinguir la realidad de cada una de sus posibles variantes? Ella estaba consciente de que él la esperaba. Podrían coexistir juntos dentro de aquel gigantesco laberinto. Sí, era posible. Dédalo la había aceptado. Pero diez ciclos era mucho tiempo. Mucho tiempo para vivir sin él y absolutamente demasiado para sumergirse a tales profundidades.