Autor: Angel G. Torres
Wet
—¿Está seguro que es un empta? —preguntó Oskel, conjurista pelón de barba tupida, a lomos de su caballo.
—Sí señor —contestó Arsan, montado encima de una mula algo maltratada.
El campesino guio al practicante de las artes negras a una de las cumbres boscosas de la región Lencana, zona frecuentada por los que dedican su vida al estudio de criaturas místicas.
Un lago era visible. El pelón bajó de su caballo y lo amarró a una de las ramas salientes de un árbol. Arsan también bajó de su montura precavidamente, mirando hacia los alrededores con algo de temor.
—¿Ocurre algo? —preguntó Oskel.
—N…no nada —contestó nervioso el flacucho—. En las montañas hay que tener cuidado, nunca se sabe qué puede salir de la maleza.
—Tranquilícese, está con un conjurista. Debe saber que el aura que desprendemos aleja a las bestias menores.
—Sí, lo sé, por eso tengo cuidado. Los demonios no son bestias menores.
—¿Demonios? —preguntó Oskel con su mano derecha reposando en el mango su espada recta.
—Sí, los emptas son bestias que sellan demonios.
Ante el comentario, Oskel comenzó a reír.
—Que va, eso se dice para asustar a los niños, los demonios en realidad fueron sellados por Kalstren en las tierras abandonadas de Tislad. No tiene de que preocuparse.
Arsan se mantuvo en silencio y mirando al suelo. Observando la expresión insegura del campesino, Oskel suspiró.
—Vuelvo a preguntarle ¿De verdad vio un empta? Es normal confundirlos con los…
—¡Claro que sí! —gritó Arsan ofendido— ¿Me toma por un mentiroso?
Unas burbujas, acompañadas de ondas en el centro del lago aparecieron luego del grito. Rápidamente el conjurista tapó la boca del campesino e indicó que se callara.
—¿El trato por traerme aquí era de treinta coronas verdad?
El campesino asintió.
—Súmele veinte más si me da a la mula.
—¿La mula? —preguntó Arsan—. Está bien. ¿Qué hará con ella?
Oskel no respondió la pregunta, sostuvo por las riendas al animal y lo llevo hacia la orilla del lago, cuyo fondo era extraño, lodoso y lleno de delgados flecos. Desenfundó su espada recta, y golpeó con el dorso una de sus nalgas. La mula lanzó una patada que el calvo evadió, y corrió hacia el interior del lago. Las ondas comenzaron a disiparse y del agua salió una criatura de dos metros, con escamas, extremidades gruesas, cuernos en los hombros, cabeza de ciervo, ojos asimétricos de color rojo y una boca extensa llena de dientes deformes que formaban una macabra sonrisa. De un solo bocado, engulló la cabeza del cuadrúpedo.
—Excelente —murmuró Oskel sonriendo.
El conjurista introdujo su dedo índice y pulgar de la mano izquierda en una pequeña bolsa que colgaba de su cinturón y sacó un pequeño trozo de piel de cerdo.
—Reita —dijo pasando la piel por su cuello.
Al concluir la guardó y sacó de otro de los compartimentos el dedo disecado de un grifo. El cuello de Oskel se tornó de negro y de él, el olor a carne fresca comenzó a extenderse. El empta dejó de devorar el cuerpo del asno y se fijó en el robusto.
—Erkle —dijo frotando la uña del dedo disecado por el dorso de su arma.
En un instante, el acero opaco de la hoja se tornó en uno resplandeciente. La bestia corrió hacia el conjurista con las fauces abiertas. Luego de guardar el dedo del grifo, él empuñó su arma con las dos manos. Al estar a pocos metros, el empta intentó agarrar a Oskel, pero este grácilmente esquivó la arremetida, cortando una de las patas de la criatura. Esta retrocedió unos pasos y empezó a saltar en el lugar.
—Eres bastante versátil…humano —susurró una voz ronca al oído de Oskel.
El suceso hizo que el conjurista observara al campesino. Este se encontraba arrodillado en el suelo con la cabeza agachada, rezando con las manos juntas.
—Arsan ¿Qué pas…?
En ese instante el empta atacó al barbudo. Gracias a sus reflejos, logró repelerlo en el último momento, chocando el metal de su arma con los dientes deformes. Discretamente el monstruo agarró la pierna derecha del conjurista y antes de permitirle realizar un contraataque, quebró su tobillo y lo lanzó al interior del lago. La profundidad no aumentó mucho, pero la lesión impidió que Oskel se pusiera en pie de forma rápida. Con la extremidad herida pegada al torso, la bestia se aproximó con pequeños saltos al fortachón.
—No queda de otra —murmuró Oskel rebuscando en la bolsa el dedo del grifo.
Oskel miró la hoja, manchada con la sangre del empta y el agua del lago, luego a su enemigo, que se acercaba sonriente. Puso la punta de su espada señalando a la cabeza de la criatura y levantó el brazo que sujetaba el dedo.
—¡Dayizif! —exclamó golpeando con la falange del grifo la hoja del arma.
La sangre y las gotas de agua se acumularon en la punta, transformándose en un potente disparo que atravesó la testa del empta. El enorme hueco y el desplome del cuerpo, indicaron que la muerte de la bestia fue instantánea. El brillo de la hoja se disipó luego del conjuro, quedando completamente oxidada. Apoyado en ella logró levantarse.
—Te lo agradezco —dijo una voz gutural pegada a la nuca de Oskel.
Él lanzó una estocada hacia el lugar de donde provenía la voz, mientras el agua del lago se trasformaba en brea.
—¿Qué demonios?
La textura del suelo se volvió más espesa y empezó a absorber las piernas del conjurista. El cuerpo de la bestia se desintegró y en el fondo, varios ojos luminiscentes, de pupilas desiguales y globos oculares amarillos, sobresalieron del líquido sobre tentáculos. Algunos se abrieron por la mitad, formando bocas y atacando al barbudo.
Mientras era absorbido, repelió todos los apéndices que pudo con su arma. Uno arrebató de su mano el dedo del grifo y otros se adhirieron a su espalda y muslos mediante potentes mordidas. En uno de los tajos, su arma se quebró. Desesperado procedió a apuñalar los que tenía en el cuerpo, mientras otros clavaban los dientes en su piel. En cierto punto dejaron de emerger, saliendo solo uno, que traía en la punta la cabeza del empta, con los ojos ubicados en el interior de su boca y las cuencas oculares vacías.
—Has superado mis expectativas, nunca pensé que traerías a un conjurista —dijo la testa con voz gutural, modulando las palabras con las cavidades orbitarias, observando a Arsan.
El campesino se levantó tembloroso, mirando al suelo. Oskel lo miraba confuso.
—He cumplido con el trato, deme a mi hijo.
—Con mucho gusto…
En la orilla dos de los tentáculos sacaron el cuerpo inerte de un niño pequeño, desnudo y pálido. Lo pusieron delante de Arsan. Los dos se sumergieron y otro de color escarlata emergió.
—Levari —dijo la cabeza mientras la extremidad rojiza tocaba el pecho del infante.
El chico abrió los ojos con una expresión de pánico, aspirando aire por la boca.
—Pa…pá —dijo con dificultad.
Llorando Arsan abrazó a su hijo.
—Ahora, márchate —dijo el demonio.
El campesino hizo una reverencia, cargó a su hijo en brazos, lo montó encima del caballo y desamarró las riendas del animal. Se subió a la montura, mirando de reojo al conjurista, quien lo fulminaba con la mirada.
—¡Bastar!…
Los tentáculos adheridos al cuerpo de Oskel lo halaron hacia el fondo de un tirón, resguardando en el fango todo su cuerpo a excepción de su cabeza. Aguantando la respiración, intentó salir, pero fue inútil. La cabeza del empta también se sumergió y se colocó a pocos metros del hombre, tragó sus ojos y abriendo sus fauces todo lo que pudo, lo decapitó de un solo mordisco.
Mojado – Género: Cuento / Categoría: Terror
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